Con el 130 aniversario de la publicación de Nuestra América, obra seminal del latinoamericanismo y uno de los textos más influyentes del filósofo cubano José Martí (1853-1895), surge la duda de cómo re-re-re-re-representar a Martí. Retomar al busto es una decisión complicada.
Martí es un busto. Quizá la representación martiana más relevante en años recientes sean los bustos manchados con pintura roja o sangre, una intervención burda que cumplió su objetivo (y alimentó el espíritu de las derechas) al despertar la indignación del aparato estatal cubano emanado de la Revolución, volcado a dar con los responsables de la «profanación». Un ejemplo más interesante se puede ver en la secuencia inicial de La muerte de un burócrata (Tomás Gutiérrez Alea, 1966), largometraje de ficción que, 50 años atrás de estas expresiones de descontento, satiriza la burocratización estatal y la imagen de Martí devenida objeto fabricado en serie.
Martí es las representaciones que hemos visto reproducidas una y otra y otra vez. De eso no hay dudas. ¿Qué sentido tendría actualizarlas, problematizarlas? ¿Cómo se haría eso? Rafael Rojas hace una lectura interesante sobre un intento reciente a manos del artista Reynier Leyva Novo. Ir más allá de la galería o de las redes sociales en las que está inserto el artista es otro tema. En ese sentido, el busto «profanado» tiene más peso político.
Pero Martí es más que la materialidad de sus representaciones. Es más que las impresiones de sus obras. El peso de Nuestra América en la historia de las ideas de la región es innegable. Por eso tiene sentido retomar las ideas del "Crear dos, tres, muchos...", recurriendo su equivalente gráfico en el cartel de Helena Serrano para el Día del Guerrillero Histórico. En ese cartel para la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), el Che repica, se reproduce desde el corazón de América. La figura de Martí también puede sintetizarse con el continente, o su bigote con la isla, precisamente porque ya es uno con la historia de las Américas. Martí es ideas e intención política. Martí es más que un busto.
Nuestra América puede leerse aquí.
Martí es un busto. Quizá la representación martiana más relevante en años recientes sean los bustos manchados con pintura roja o sangre, una intervención burda que cumplió su objetivo (y alimentó el espíritu de las derechas) al despertar la indignación del aparato estatal cubano emanado de la Revolución, volcado a dar con los responsables de la «profanación». Un ejemplo más interesante se puede ver en la secuencia inicial de La muerte de un burócrata (Tomás Gutiérrez Alea, 1966), largometraje de ficción que, 50 años atrás de estas expresiones de descontento, satiriza la burocratización estatal y la imagen de Martí devenida objeto fabricado en serie.
Martí es las representaciones que hemos visto reproducidas una y otra y otra vez. De eso no hay dudas. ¿Qué sentido tendría actualizarlas, problematizarlas? ¿Cómo se haría eso? Rafael Rojas hace una lectura interesante sobre un intento reciente a manos del artista Reynier Leyva Novo. Ir más allá de la galería o de las redes sociales en las que está inserto el artista es otro tema. En ese sentido, el busto «profanado» tiene más peso político.
Pero Martí es más que la materialidad de sus representaciones. Es más que las impresiones de sus obras. El peso de Nuestra América en la historia de las ideas de la región es innegable. Por eso tiene sentido retomar las ideas del "Crear dos, tres, muchos...", recurriendo su equivalente gráfico en el cartel de Helena Serrano para el Día del Guerrillero Histórico. En ese cartel para la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), el Che repica, se reproduce desde el corazón de América. La figura de Martí también puede sintetizarse con el continente, o su bigote con la isla, precisamente porque ya es uno con la historia de las Américas. Martí es ideas e intención política. Martí es más que un busto.
Nuestra América puede leerse aquí.
